Harvard se interesó en un modelo colombiano de cultura empresarial. Qué revela este reconocimiento sobre el liderazgo latinoamericano y su proyección global.
Introducción
Durante años, la conversación sobre cultura empresarial pareció tener acento anglosajón. Silicon Valley, Harvard, Stanford: los lugares donde “se pensaba la empresa”.
Pero algo está cambiando. Cuando una universidad como Harvard decide estudiar un modelo colombiano de cultura organizacional, no solo valida una metodología; reconoce que el sur también tiene algo que enseñar sobre cómo se construyen empresas con alma.
Más allá de la noticia, el hecho abre una pregunta más profunda:
¿qué dice este reconocimiento sobre la madurez cultural de las organizaciones latinoamericanas?

De la periferia al referente
En América Latina, las empresas han aprendido a moverse entre la incertidumbre y la creatividad. Mientras en otros contextos se habla de “resiliencia” como virtud, en nuestra región es casi una condición de existencia.
El modelo colombiano que hoy estudia Harvard —basado en la confianza, la adaptabilidad y el sentido compartido— parece condensar esa experiencia.
Por primera vez, la academia global no observa a América Latina como un “caso exótico”, sino como una fuente de aprendizaje real.
El giro es sutil pero simbólico: Harvard mira hacia el sur no para corregir, sino para comprender.
El corazón del modelo colombiano: confianza y propósito
A diferencia de los enfoques más mecanicistas de la cultura organizacional, este modelo parte de un supuesto sencillo pero transformador: las personas no se alinean por órdenes, sino por sentido.
Cuando los equipos entienden para qué existe la organización, surge la confianza como resultado natural.
Esa confianza no se decreta, se cultiva. Y en contextos donde la informalidad o la desconfianza institucional son parte del paisaje, lograrlo es un acto de madurez colectiva.
De ahí el interés académico: entender cómo una cultura nacida en la complejidad puede generar cohesión sin rigidez.

Lecciones para las PYMEs latinoamericanas
Que Harvard estudie un modelo colombiano no debería verse como una excepción, sino como una señal.
Muchas PYMEs de la región comparten los mismos valores fundacionales: cercanía, propósito, flexibilidad. El desafío no es inventar algo nuevo, sino profesionalizar sin perder identidad.
¿Podría una empresa familiar en Rosario, Medellín o Quito inspirar prácticas globales si logra hacer explícita su cultura?
La respuesta probablemente sea sí. Pero requiere tiempo, coherencia y una narrativa clara sobre lo que la organización representa.
El aprendizaje invisible: identidad y legitimidad
Durante décadas, las empresas latinoamericanas buscaron validación externa para sentirse “modernas”.
Hoy el reconocimiento viene de otro lado: de una práctica genuina, coherente, nacida en contextos reales.
Quizás eso sea lo más valioso del caso colombiano: demuestra que la identidad también puede ser una ventaja competitiva.
El siguiente paso es no esperar la mirada de Harvard para valorar lo propio. Si el sur comienza a confiar en su manera de liderar, el mapa de la gestión empresarial podría volverse verdaderamente plural.

Conclusión
El modelo colombiano reconocido por Harvard no es solo una historia de éxito; es una señal de época.
Las culturas empresariales del sur ya no imitan: experimentan, aprenden y aportan.
Y en ese movimiento, la noción misma de “referente” empieza a cambiar.




